Un día, tras una larga noche de lluvias intensas, Saltarín y Brincón se despertaron en su madriguera para encontrar que algo terrible había ocurrido. La madriguera estaba completamente inundada. Había habido una gran riada y el agua había entrado, empapando todo a su paso. Los dos conejitos se miraron con tristeza; su hogar, que tanto habían cuidado y amado, estaba destruido. No podían quedarse así.
Pero Saltarín y Brincón no eran del tipo que se desanimaban fácilmente. Después de un par de suspiros y una gran sacudida de orejas, decidieron que era hora de ponerse manos a la obra y reconstruir su madriguera. Sabían que podían hacerla incluso mejor que antes, y no pensaban rendirse.
Primero, empezaron por sacar todas las cosas mojadas y hacer una limpieza profunda. Trabajaron juntos, sacando la tierra mojada y apartando los escombros que la corriente había arrastrado al interior. Al cabo de unas horas, el sol brillaba en el cielo y comenzaron a sentir un poco de esperanza. El calor ayudó a secar la entrada y el interior, pero también necesitarían ayuda para que su hogar volviera a ser el mismo de siempre.
Fue entonces cuando los amigos del bosque aparecieron. El primer en llegar fue Copito, el conejo blanco que vivía cerca del claro. Luego llegaron Tris, la ardilla, y Roco, el castor que vivía cerca del río. Todos sabían lo importante que era la madriguera para Saltarín y Brincón, así que sin dudarlo ni un momento, se ofrecieron a ayudarlos.
Juntos empezaron a trabajar. Copito ayudó a cavar y a hacer las paredes más firmes, usando sus patas fuertes. Tris trajo hojas y ramas secas para crear un tejado nuevo, uno que sería mucho más resistente para proteger la madriguera de futuras lluvias. Roco utilizó su habilidad para mover madera y los ayudó a construir una entrada reforzada, que evitara que el agua pudiera entrar fácilmente la próxima vez.
Saltarín y Brincón se sintieron abrumados por la amabilidad de sus amigos. Todos trabajaron juntos durante el día, cantando canciones y riendo mientras trabajaban. Fue una tarea dura, pero con cada pala de tierra, con cada rama colocada, la nueva madriguera comenzó a tomar forma. Y cuando el sol comenzó a ponerse, los conejitos pudieron ver que su hogar estaba quedando más bonito y resistente que nunca.
La nueva madriguera tenía una entrada mucho más amplia, con un pequeño tejado que la cubría. El interior era cálido y acogedor, con hojas secas que Tris había colocado perfectamente para hacer el suelo suave y cómodo. Y, gracias a Roco, tenían una pequeña repisa de madera en la entrada donde podían poner algunos objetos que querían mantener secos y seguros.
Saltarín miró a Brincón y sonrió.
—¡Nuestro hogar está mejor que nunca! —dijo con entusiasmo.
—Y todo gracias a nuestros amigos —respondió Brincón, mirando a todos con gratitud.
Esa noche, todos se reunieron dentro de la nueva madriguera para celebrarlo. Compartieron zanahorias frescas y bayas que habían recogido, y se contaron historias hasta que el cielo se llenó de estrellas. La nueva madriguera no solo era más resistente, sino que ahora tenía el calor y la alegría que solo los verdaderos amigos podían aportar.
Saltarín y Brincón se acurrucaron, sintiéndose afortunados de tener a sus amigos y un hogar renovado. Al final, lo que empezó como un mal día se había convertido en una experiencia que nunca olvidarían.
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