Era una soleada mañana en el bosque, y Saltarín y Brincón estaban jugando alegremente cerca de su madriguera. Los dos conejitos eran inseparables, siempre saltando y brincando por el bosque en busca de nuevas aventuras. Aquella mañana, sin embargo, había algo distinto. Habían escuchado algunos ruidos extraños, como si alguien estuviera moviéndose entre los arbustos cercanos.
—¿Oíste eso, Saltarín? —preguntó Brincón, con las orejas bien levantadas.
—¡Claro que sí! —respondió Saltarín, mirando hacia los arbustos—. Parece que tenemos una visita.
Ambos conejitos se acercaron cautelosamente al origen de los ruidos, moviéndose con cuidado para no asustar al intruso. Al llegar, se encontraron con algo que no esperaban: un pequeño y tímido erizo que estaba tratando de acomodar sus cosas bajo un gran arbusto.
—¡Hola! —dijo Saltarín con su mejor voz amigable—. ¿Quién eres tú?
El erizo se dio vuelta lentamente, revelando sus grandes ojos curiosos. Se veía un poco nervioso al ser descubierto, pero los conejitos parecían amables.
—Eh... hola —respondió el erizo, bajando un poco sus púas por la sorpresa—. Me llamo Púas. Me he mudado a este rincón del bosque... Soy nuevo por aquí.
—¡Encantados de conocerte, Púas! —dijo Brincón con una gran sonrisa—. Soy Brincón y este es mi hermano Saltarín. ¡Nos encanta tener un nuevo vecino! ¿Necesitas ayuda con algo?
Púas se mostró algo tímido al principio, pero los conejitos eran tan amables que pronto se sintió más cómodo. Saltarín y Brincón ayudaron a Púas a acomodar sus cosas, llevando hojas grandes y ramas para que pudiera construir un refugio cómodo bajo el arbusto. Púas estaba agradecido y no pudo evitar sonreír al ver la ayuda de sus nuevos amigos.
—Gracias, chicos —dijo Púas mientras terminaban—. Nunca pensé que conocería a alguien tan amable tan pronto.
—¡Aquí todos somos amigos! —respondió Brincón alegremente—. Además, ¿qué te parece si, cuando termines de instalarte, te unes a nosotros para jugar?
—Sí —añadió Saltarín—. Nos gusta mucho saltar y correr, pero también podemos buscar algo que te guste a ti.
Púas se sintió verdaderamente afortunado. Había llegado al bosque esperando encontrar un lugar tranquilo, pero lo que encontró fueron dos amigos maravillosos. Esa tarde, después de terminar con la mudanza, los tres se sentaron bajo el gran árbol y se contaron historias sobre sus lugares favoritos del bosque. Púas les habló de los sitios llenos de insectos para cazar, y Saltarín y Brincón le hablaron de los mejores lugares para saltar sin parar.
Y así, la amistad entre Saltarín, Brincón y Púas comenzó. Los conejitos aprendieron que no importa si alguien tiene púas o si es diferente, lo importante es ser amables y ayudar a los demás. Púas se sintió acogido, y a partir de ese día, el rincón del bosque fue más alegre, pues ahora había un nuevo amigo con el que compartir aventuras.
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