Lucía se acomodó entre las mantas, esperando con emoción el cuento de esa noche. El abuelo Manolo comenzó con una sonrisa misteriosa: "Hoy te contaré sobre un niño llamado Pablo y una puerta que solo aparecía cuando quería ser encontrada".
En Villa Misteriosa, vivía un niño llamado Pablo. Era un niño curioso al que le encantaba explorar cada rincón de su jardín y los alrededores de su casa. Un día, mientras jugaba cerca de un árbol viejo que nunca le había llamado mucho la atención, encontró algo extraño: una puerta pequeña, casi escondida entre las raíces. La puerta era de madera, con detalles dorados, y parecía que llevaba allí toda la vida, aunque Pablo juraría que nunca la había visto antes.
Con el corazón latiendo rápido por la emoción, Pablo se acercó y giró la pequeña manija de la puerta. Para su sorpresa, la puerta se abrió y reveló un oscuro pasaje que parecía extenderse mucho más allá de lo que el árbol podría albergar. Sin pensarlo dos veces, Pablo se adentró en el pasaje y, al otro lado, descubrió un mundo como nunca antes había visto.
Todo allí era diferente: los lápices podían hablar y dibujar solos, los zapatos bailaban al compás de una música que nadie podía escuchar, y los globos flotaban cerca del suelo, susurrando secretos en el oído de quienes quisieran escucharlos. Pablo caminaba maravillado, explorando cada rincón de ese mundo tan peculiar. Había farolas que encendían y apagaban su luz según su humor, y flores que cambiaban de color cada vez que alguien las tocaba.
Mientras exploraba, Pablo conoció a una criatura muy peculiar: Tico, un pequeño ser con forma de reloj de bolsillo y patas cortas que se movía con rapidez. Tico le explicó que ese mundo estaba lleno de puertas como la que Pablo había encontrado, pero que cada puerta llevaba a un lugar diferente, y nunca sabías cuál aparecería ni cuándo. Tico también le advirtió que la puerta por la que Pablo había llegado no siempre estaría allí, y que si quería regresar a casa, debía encontrarla antes de que desapareciera.
Pablo se dio cuenta de que, aunque este mundo era fascinante, debía regresar antes de quedarse atrapado para siempre. Corrió de vuelta por el sendero, pasando por los lápices que dibujaban paisajes coloridos en el aire y los zapatos que seguían bailando incansables. Cuando llegó al árbol, la puerta estaba allí, pero empezaba a desvanecerse lentamente.
—¡Date prisa, Pablo! —gritó Tico desde detrás de él, moviendo sus pequeñas patas apresuradamente.
Pablo se lanzó hacia la puerta justo cuando esta comenzaba a hacerse transparente. Con un salto, atravesó el umbral y cayó sobre la hierba de su jardín. Miró hacia atrás y vio cómo la puerta desaparecía, como si nunca hubiera existido.
Con el corazón aún latiendo con fuerza, Pablo se levantó y se limpió las manos de tierra. Sabía que nadie le creería lo que había visto, pero eso no le importaba. Había vivido una aventura increíble y sabía que, algún día, quizás la puerta volvería a aparecer para llevarlo a otro lugar mágico.
El abuelo Manolo terminó el cuento con una sonrisa, mirando a Lucía, que ya estaba profundamente dormida, soñando con puertas mágicas y mundos llenos de maravillas.
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