Un día, la curiosidad de Juan el Travieso lo llevó a una nueva aventura en el patio de su casa. Era una tarde soleada, y Juan, mientras exploraba entre las plantas y arbustos, encontró un montón de palos de diferentes tamaños y grosores apilados cerca de la entrada del jardín. No eran más que ramas viejas, pero para Juan parecían tener un potencial escondido.
Al principio, se dedicó a moverlos, jugando a construir una especie de fuerte. Sin embargo, mientras los colocaba, se dio cuenta de que, si los unía de alguna forma, tal vez podría crear algo interesante. Entonces recordó a su abuela, que usaba un andador para caminar y que a menudo decía que el suelo del patio la hacía tropezar, dificultándole disfrutar de sus plantas y flores favoritas.
Juan se quedó pensando un momento, con el ceño fruncido y el palo en la mano. “¿Y si estos palos pudieran ayudar a la abuela?”, pensó. Así, inspirado, comenzó a apilar los palos en forma de base y probó distintas posiciones, tratando de imaginar cómo podrían mejorar la estabilidad del andador en el terreno irregular del jardín.
Entusiasmado, corrió hacia la casa para buscar a su madre y explicarle su idea. La madre de Juan, acostumbrada a sus ocurrencias, le escuchó con atención y, aunque al principio no entendía muy bien, le ayudó a conseguir un poco de cuerda y cinta adhesiva para ver si podían fijar los palos al andador de la abuela.
Después de un rato de trabajo en equipo, lograron reforzar las patas del andador con los palos, creando una especie de soporte extra que le daba mayor estabilidad. Juan estaba tan emocionado que apenas podía esperar a que su abuela lo probara.
Esa tarde, la abuela salió al patio, y sus ojos se iluminaron al ver lo que Juan había hecho por ella. Con una sonrisa de sorpresa, tomó el andador mejorado y comenzó a caminar. Al principio fue con cuidado, pero pronto notó que el andador no se tambaleaba tanto en las piedras y la tierra.
—¡Juanito! ¡Esto es maravilloso! ¡Puedo caminar mejor entre las plantas! —dijo la abuela, riendo y aplaudiendo la idea de su nieto.
Juan sintió una enorme satisfacción al ver a su abuela tan feliz y cómoda, y comprendió que su curiosidad y sus ganas de inventar podían llevarlo no solo a meterse en líos, sino también a hacer cosas buenas por los demás. Desde ese día, cada vez que veía algo en casa o en el jardín, Juan se preguntaba: “¿Cómo puedo hacer esto más útil?” Y aunque seguía siendo el travieso de siempre, ahora también era el pequeño inventor que ayudaba a su familia.
Esta vez, Juan había aprendido que la curiosidad no solo lo metía en aventuras y líos, sino que también podía convertirlo en un héroe en su propio hogar.
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