Hoy, te presento una nueva travesura de Juan el Travieso, el niño de ocho años siempre en busca de nuevas aventuras y alguna que otra broma para hacer reír... aunque a veces sus bromas no salen exactamente como esperaba.
Era una mañana soleada cuando Juan, desde la ventana de su habitación, observó al vecino adolescente, Carlos, que todos los días repartía los periódicos del barrio en bicicleta. Carlos siempre llegaba al porche de cada casa, lanzaba el periódico con precisión y pedaleaba rápidamente hacia la siguiente. Juan se dio cuenta de lo divertido que sería si pudiera cambiar un poco la rutina perfecta de Carlos, solo por esa vez.
—Max, hoy haremos algo divertido —dijo Juan mientras acariciaba la cabeza de su fiel compañero peludo.
Con la ayuda de Max, Juan fue hasta el porche de su casa y recogió algunos cojines que su madre solía poner en las sillas del jardín. Colocó los cojines de manera estratégica sobre el césped justo frente al porche, creando una especie de trampa suave. Luego, se escondió tras un arbusto junto con Max, esperando la llegada de Carlos.
Al cabo de unos minutos, Juan escuchó el ruido de la bicicleta acercándose. Carlos apareció en la esquina de la calle, pedaleando a toda velocidad, con el periódico en la mano listo para lanzarlo. Juan contenía la risa mientras veía a Carlos aproximarse. Cuando finalmente Carlos lanzó el periódico, este rebotó contra los cojines y cayó directamente sobre el césped, muy lejos del porche.
—¡Sí, lo logré! —susurró Juan, dándole una palmada a Max.
Carlos frenó su bicicleta y miró desconcertado hacia el periódico, que estaba en medio del jardín en lugar del porche, como solía dejarlo. Se bajó de la bicicleta y fue a recogerlo, mientras Juan trataba de aguantar la risa detrás del arbusto. Sin embargo, Carlos, en lugar de enfadarse, se rio y dijo en voz alta:
—Vaya, parece que hoy el viento decidió jugarme una broma.
Juan, al escuchar esto, se dio cuenta de que su travesura no había molestado a Carlos. De hecho, parecía haberlo tomado con humor. Carlos volvió a subir a su bicicleta y, antes de irse, miró hacia los arbustos donde Juan se escondía y dijo:
—Si quieres una lección de cómo lanzar periódicos, ¡puedes pedírmelo cuando quieras!
Juan se quedó sorprendido. No esperaba que Carlos lo hubiera descubierto, y menos aún que se lo tomara tan bien. Salió de su escondite, un poco avergonzado, pero al mismo tiempo riendo.
Esa tarde, Juan decidió practicar lanzando una pelota al porche, tratando de mejorar su puntería. Max corría tras la pelota, ladrando y moviendo la cola, mientras Juan pensaba que quizá un día sí le pediría a Carlos esa lección de lanzamiento. Después de todo, ser un buen bromista también significaba aprender a ser mejor.
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