Juan era un niño curioso y lleno de energía, siempre buscando algo nuevo para hacer. En el colegio, todo el mundo lo conocía como Juan el Travieso porque no podía resistirse a probar cosas nuevas, aunque a veces eso lo metiera en problemas. Esta vez, la curiosidad de Juan fue despertada por algo inesperado: un globo gigante que había visto en una feria cercana. Se le ocurrió una idea, una idea un poco traviesa, pero muy emocionante: ¡hacer su propio globo volador en casa!
Al llegar a casa, Juan fue directamente a su habitación, donde comenzó a juntar todos los materiales que creía que necesitaría. Encontró varios globos pequeños, una cuerda, y una caja de cartón que había guardado de una entrega reciente. Su plan era llenar los globos y atarlos a la caja para intentar hacer que flotara.
Con mucho entusiasmo, empezó a inflar los globos uno por uno. No tenía helio, así que usó aire normal, pero pensó que tal vez, si usaba suficientes globos, podría lograr que su pequeño invento se levantara del suelo. Ató los globos a la caja y luego se sentó, imaginando que estaba en una cesta, como si fuera un piloto de un globo aerostático. Cerró los ojos y se dejó llevar por su imaginación, como si estuviera volando por encima de los árboles y los tejados.
Después de un rato, pensó que debía darle más emoción al experimento, así que decidió llevar su caja con globos al jardín para mostrarle su “globo volador” a su hermana mayor, Ana. Ana, que siempre estaba al tanto de las travesuras de su hermano, miró el invento de Juan con una sonrisa.
—¿Qué estás haciendo ahora, Juan? —preguntó Ana, cruzándose de brazos.
—Es mi globo volador —dijo Juan, con los ojos brillantes—. Estoy intentando hacer que flote.
Ana se rió, pero de una manera cariñosa. Sabía que su hermano tenía una imaginación increíble, y aunque los globos no podían hacer volar la caja, no quiso desanimarlo. En cambio, decidió ayudarlo a darle un toque más especial a su experimento.
—¿Y si dibujamos en la caja y la convertimos en una verdadera cesta de globo? —sugirió Ana.
Los ojos de Juan se iluminaron ante la idea. Juntos, empezaron a decorar la caja con dibujos de nubes, pájaros y hasta un sol sonriente. Pasaron la tarde trabajando en el proyecto, y al final, aunque el globo no flotara como Juan había imaginado, ambos se sentían muy orgullosos de lo que habían creado.
Cuando su mamá salió al jardín y vio lo que habían hecho, no pudo evitar sonreír.
—¡Vaya! ¿Qué es todo esto? —preguntó, admirando la obra de arte improvisada.
—Es nuestro globo volador, mamá —dijo Juan, con una gran sonrisa—. Tal vez no vuela, pero es el más bonito de todos.
La mamá de Juan se acercó y les dio un abrazo a los dos.
—Lo más importante es que os habéis divertido y habéis trabajado juntos. Y para mí, eso ya es un gran éxito.
Esa noche, cuando Juan se fue a la cama, pensó en la aventura del globo volador. Aunque no había conseguido hacerlo volar, había pasado un día increíble con su hermana. Justo cuando estaba a punto de quedarse dormido, escuchó un ruido extraño: ¡era uno de los globos que se había escapado y estaba rebotando por la habitación! Juan se levantó de un salto, riéndose mientras intentaba atraparlo. Al final, acabó enredado entre los globos y la caja, causando un alboroto que hizo que Ana llegara corriendo para ver qué estaba pasando.
Los dos no pudieron evitar reírse a carcajadas, terminando la noche con una divertida batalla de globos antes de finalmente quedarse dormidos, agotados pero felices. Cerró los ojos con una sonrisa, pensando en todas las aventuras que aún le esperaban.
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