El pequeño Sol, de apenas un año de edad, tenía una rutina que siempre seguía al pie de la letra: su siesta de después de la comida. Cada tarde, justo después de comer, era el momento de descansar. Sus padres lo acostaban en su cuna y Sol se dormía plácidamente. Sin embargo, ese día fue diferente. Estaban visitando a unos familiares y decidieron salir a pasear por el centro de la ciudad justo después de la comida. Para Sol, esto significaba una gran prueba, ya que no perdonaba su siesta por nada del mundo.
El pequeño Sol iba agarrado de la mano de su madre, tambaleándose un poco a medida que sus ojitos se cerraban. El ruido de la calle y las risas de sus primos no parecían ayudar a mantenerlo despierto. Sus padres, al notarlo, intercambiaron una sonrisa cómplice; sabían que Sol no tardaría en quedarse dormido, aunque estuvieran de paseo.
Y así fue. En medio del bullicio de la ciudad, entre risas y conversaciones, Sol se quedó dormido. Sin dejar de caminar, con su pequeña mano bien agarrada a la de su madre, sus pasitos se volvieron automáticos, avanzando sin saber hacia dónde. La madre de Sol se dio cuenta de que el pequeño había sucumbido al sueño y se detuvo, señalando con una risa suave hacia su hijo dormido, que seguía caminando como si nada.
—¡Mira, sigue andando! —dijo su madre entre risas, mientras el padre de Sol se acercaba para ver lo que pasaba.
Con una sonrisa traviesa, la madre de Sol decidió soltarle la mano, curiosa por ver qué haría el pequeño. Para sorpresa de todos, Sol siguió caminando hacia adelante, con los ojos cerrados, completamente dormido. Dio un par de pasos tambaleantes y entonces, de repente, tomó la mano de una extraña que pasaba por allí, sin siquiera abrir los ojos.
La señora, al darse cuenta, se detuvo y miró a los padres de Sol, que no podían contener las carcajadas. Comprendiendo la situación, la mujer siguió caminando a paso lento, permitiendo que el pequeño continuara en su sueño, sin despertarlo. Sol caminaba tranquilo, agarrado de la mano de la desconocida, mientras sus padres y familiares lo seguían, riendo a más no poder.
Finalmente, las risas de sus padres y el movimiento a su alrededor hicieron que Sol despertara. Abrió los ojitos lentamente y, al ver que no era la mano de su madre la que estaba sosteniendo, sino la de una desconocida, dio un pequeño brinco de sorpresa. Miró hacia atrás, buscando a su mamá, y al verla, soltó la mano de la señora y corrió hacia ella, abrazándola con fuerza.
—¡Oh, mi pequeño dormilón! —dijo su madre, acariciándole el cabello con ternura—. Creo que necesitamos buscar un buen lugar para tu siesta, ¿verdad?
Sol, algo confundido pero ya completamente despierto, se dejó llevar por los brazos de su madre, mientras todos a su alrededor seguían riendo y comentando la graciosa escena. Ese día, el pequeño Sol demostró que, pase lo que pase, su siesta era algo que no podía faltar, aunque fuera caminando.
Comentarios
Publicar un comentario