Hoy era un día especial en la escuela de Carlitos y su panda de amigos, porque se celebraba el Día de la Madre. La maestra les había pedido a cada uno de los niños que hablasen sobre el trabajo de sus madres, y todos estaban emocionados de contar las historias más grandiosas y llenas de imaginación que pudieran.
La clase estaba decorada con flores de papel y corazones de colores, hechos por los propios niños durante la semana. Había una energía especial en el aire, llena de entusiasmo y expectativas. Cada uno de los niños había trabajado duro para asegurarse de que sus palabras fueran las mejores para honrar a sus mamás.
Gabriel fue el primero en hablar. Con los ojos bien abiertos y las manos haciendo gestos grandes, dijo:
—Mi mamá es farmacéutica, pero no cualquier farmacéutica. Ella tiene un laboratorio secreto donde crea pociones mágicas que curan a la gente en un segundo. ¡Tiene una bata blanca y unos guantes que parecen sacados de una película de superhéroes! Una vez hasta preparó una poción para que yo pudiera saltar tan alto como un canguro... bueno, al menos así lo recuerdo.
Los otros niños se rieron y aplaudieron a Gabriel. La maestra le dedicó una sonrisa y animó al siguiente niño. Luego fue el turno de Mateo.
—Mi mamá es socorrista —dijo Mateo, sacando pecho con orgullo—. Pero no es una socorrista cualquiera. Ella salva a la gente no solo en la playa, sino también en misiones secretas por la noche. ¡Una vez incluso luchó contra un tiburón para salvar a un grupo de delfines! Es como una heroína del mar, con su silbato mágico y su tabla de rescate que vuela sobre las olas. Cuando la veo trabajar, parece que puede dominar el agua como si fuera parte de ella misma.
Todos escuchaban con la boca abierta. Las historias de Mateo siempre eran llenas de acción y aventura, y esta vez no fue la excepción. La maestra sonrió y luego señaló a Carlitos para que hablara sobre su mamá.
Carlitos se puso de pie, un poco nervioso, pero decidido a contar la mejor historia que pudiera sobre su mamá.
—Mi mamá es escritora —comenzó Carlitos, sonrojándose un poco—. Pero no solo escribe libros normales. Ella escribe historias tan reales que los personajes salen de las páginas por la noche y me cuentan sus aventuras. Una vez, un caballero vino a mi habitación para pedirme ayuda con un dragón que había escapado del libro. Mi mamá dice que las palabras tienen magia, y yo creo que es verdad, porque nunca me aburro cuando leo sus cuentos.
La maestra lo miró con dulzura mientras los otros niños aplaudían. Todos parecían maravillados por la descripción de la mamá de Carlitos y las historias que ella creaba. La maestra entonces los invitó a compartir más detalles sobre sus mamás, haciendo preguntas sobre qué más hacían en sus días.
Gabriel agregó que su mamá también le contaba historias sobre las medicinas, dándole nombres como "la poción del valor" cuando tenía miedo de una vacuna. Eso hacía que todo pareciera más emocionante y menos aterrador.
Mateo, emocionado por seguir con su historia, contó cómo su mamá siempre llevaba una capa imaginaria cuando iba a trabajar. Aunque en realidad no la llevaba, Mateo decía que podía ver la "capa invisible" que hacía que su mamá fuera una auténtica heroína.
Carlitos, por su parte, dijo que su mamá solía escribirle pequeños cuentos personalizados antes de dormir, donde él siempre era el protagonista. Eran cuentos sobre castillos, dragones y aventuras que lo hacían sentir especial. Su mamá tenía una libreta que él consideraba mágica, porque cada vez que la abría, surgía una nueva historia que parecía hecha solo para él.
Cuando Carlitos terminó, toda la clase aplaudió, y la maestra los felicitó por las maravillosas historias que habían contado. Ella explicó que todas las madres son especiales, y que, aunque a veces sus trabajos no tengan pociones mágicas, tiburones o dragones, cada cosa que hacen tiene un valor inmenso y nos llena de amor y protección.
Luego, la maestra les pidió a los niños que hicieran un dibujo de sus mamás haciendo algo especial. Los niños tomaron sus crayones y comenzaron a dibujar. Gabriel dibujó a su mamá con una gran bata blanca y un frasco lleno de una poción brillante, Mateo dibujó a su mamá con una capa roja y salvando delfines, mientras que Carlitos dibujó a su mamá con una pluma mágica y un libro del que salían personajes fantásticos.
Los dibujos quedaron pegados en la pared del aula, creando una galería llena de colores y amor. La maestra los observó con una sonrisa y dijo:
—Vuestras mamás estarán muy orgullosas de estos dibujos. Cada una de ellas es una verdadera heroína para vosotros, y eso es lo más hermoso que hay.
Los niños se miraron unos a otros y sonrieron. Cada uno había contado una versión un poco más espectacular del trabajo de su mamá, pero eso era porque, para ellos, sus madres siempre serían sus heroínas. Y así, el Día de la Madre se convirtió en una celebración llena de amor, imaginación y muchas sonrisas.
Al finalizar el día, los niños se llevaron sus dibujos a casa, deseando contarles a sus mamás cómo habían hablado de ellas en clase. Mientras se despedían, Carlitos miró a sus amigos y dijo:
—Creo que nuestras mamás son las mejores del mundo. Aunque no luchen con tiburones o escriban historias mágicas, siempre nos hacen sentir especiales.
Y todos asintieron, sabiendo que, al final del día, eso era lo que más importaba.
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