Era una mañana soleada en el bosque, y Saltarín y Brincón estaban jugando cerca de la casa de su vecino, el abuelo Topo. El abuelo Topo era uno de los animales más queridos del bosque, pero también uno de los más traviesos, siempre buscando aventuras a pesar de su edad.
Ese día, mientras jugaban, Saltarín y Brincón escucharon una voz algo preocupada proveniente de un árbol cercano.
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritaba la voz desde lo alto.
Saltarín y Brincón se miraron con sorpresa y corrieron hacia el sonido. Cuando llegaron al árbol, vieron algo que no esperaban: ¡el abuelo Topo estaba subido en una rama alta, colgado del árbol, sin poder bajar!
—¡Abuelo Topo! —exclamó Brincón, mirando hacia arriba—. ¿Qué haces ahí arriba?
El abuelo Topo, que siempre había sido muy curioso, había intentado trepar al árbol para observar mejor las aves, pero no había pensado en cómo iba a bajar.
—Quería ver más de cerca a los pajaritos, pero ahora no puedo bajar... ¡Mis patitas ya no son tan ágiles como antes! —respondió el abuelo Topo con una risita nerviosa—. ¿Podrían ayudarme, jovencitos?
Saltarín, siempre lleno de ideas, se puso a pensar rápidamente en cómo ayudar al abuelo Topo a bajar. Brincón, que siempre estaba listo para la acción, ya había empezado a buscar una solución.
—¡No te preocupes, abuelo Topo! —dijo Saltarín—. ¡Te vamos a bajar de allí!
Brincón corrió a buscar una cuerda que tenían en casa. Mientras tanto, Saltarín observó el árbol y pensó en la mejor manera de ayudar sin que el abuelo Topo se asustara. Pronto, Brincón regresó con la cuerda y los dos conejitos empezaron su plan de rescate.
Saltarín subió por las ramas más bajas del árbol, que no eran tan altas, mientras Brincón sostenía la cuerda firmemente desde el suelo.
—¡Aquí estoy, abuelo Topo! —dijo Saltarín con una sonrisa tranquilizadora cuando llegó cerca del abuelo—. Voy a atar esta cuerda a tu cintura para que podamos bajarte con cuidado.
—Oh, muchas gracias, jovencitos —dijo el abuelo Topo, aliviado—. Ya me estaba cansando de estar aquí arriba.
Con mucho cuidado, Saltarín ató la cuerda alrededor del abuelo Topo y dio una señal a Brincón para que empezara a tirar suavemente de la cuerda.
—¡Despacio, Brincón! —gritó Saltarín—. ¡Vamos bien!
Poco a poco, el abuelo Topo comenzó a descender del árbol, bajando cada vez más. Con la ayuda de la cuerda y el trabajo en equipo de los conejitos, lograron que el abuelo llegara al suelo sano y salvo.
—¡Lo logramos! —dijo Brincón, sonriendo ampliamente.
El abuelo Topo, al tocar el suelo, se sacudió un poco el polvo y sonrió.
—¡Vaya, qué gran rescate! —exclamó, agradecido—. ¡Sois verdaderos héroes!
Saltarín y Brincón se sonrojaron un poco, pero estaban muy felices de haber podido ayudar a su querido vecino.
—Siempre estamos aquí para ayudarte, abuelo Topo —dijo Saltarín, dándole un abrazo.
—Eso sí —añadió Brincón, con una sonrisa traviesa—, ¡la próxima vez déjanos a nosotros el trabajo de subir a los árboles!
El abuelo Topo rió a carcajadas y asintió con la cabeza.
—¡Tienen razón, jovencitos! Me quedo mejor en el suelo, donde mis viejas patitas pueden caminar tranquilamente.
Y así, el abuelo Topo regresó a su casa, agradecido por la ayuda de sus jóvenes amigos, mientras Saltarín y Brincón seguían jugando, sabiendo que, pase lo que pase, siempre estarán listos para ayudar a quien lo necesite.
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