Rosa tenía 10 años y era una niña llena de curiosidad por el mundo que la rodeaba, pero si había algo que la fascinaba más que cualquier otra cosa, era la botánica. Desde pequeña, le encantaba observar cómo las plantas crecían, cómo sus hojas cambiaban con las estaciones y cómo cada flor tenía su propio perfume. Tenía una pequeña colección de plantas en casa, que cuidaba con esmero y dedicación, y siempre llevaba consigo una libreta en la que anotaba cada nuevo descubrimiento. Cuando se enteró de que se mudaban de ciudad, su mayor preocupación era si en su nuevo colegio habría un jardín o un invernadero donde continuar sus estudios personales sobre plantas.
El primer día en su nuevo colegio fue emocionante y, al mismo tiempo, abrumador. Todo era nuevo: los profesores, los compañeros, el edificio enorme. Pero mientras la directora la guiaba por el colegio, algo le llamó la atención. Pasaron frente a una puerta con un cartel que decía "Laboratorio de Ciencias", y, aunque no era lo suficientemente alta para ver todo el interior a través de la pequeña ventana, pudo vislumbrar una esquina repleta de macetas, plantas y libros apilados.
—¿Qué es ese lugar? —preguntó Rosa, no pudiendo disimular su emoción.
La directora sonrió al notar el brillo en los ojos de Rosa.
—Ese es nuestro laboratorio de ciencias. Aquí los alumnos realizan experimentos y proyectos. Tenemos una sección dedicada a la botánica, si te interesa.
¡Una sección de botánica! Rosa no podía creerlo. Estaba tan emocionada que apenas podía concentrarse en el resto del recorrido. La idea de tener un laboratorio donde pudiera trabajar con plantas y estudiar de cerca la naturaleza la llenaba de entusiasmo.
Durante todo el día, apenas pudo pensar en otra cosa. Imaginaba todas las cosas que podría aprender, y el tipo de proyectos que podría realizar. Finalmente, al terminar las clases, decidió ir a explorar el laboratorio. Al llegar, empujó la pesada puerta y entró. El olor a tierra fresca y plantas la envolvió inmediatamente. El lugar estaba lleno de macetas con distintas especies de plantas, algunas que nunca había visto antes. Había microscopios, lupas, y estantes llenos de libros sobre botánica.
Rosa caminó lentamente por la sala, maravillada con todo lo que veía, hasta que escuchó una voz detrás de ella.
—¿Te gusta el laboratorio?
Rosa se dio la vuelta rápidamente y vio a un hombre mayor con gafas redondas y una sonrisa amable.
—Soy el profesor López —dijo—. Estoy a cargo del laboratorio de ciencias, y parece que te has interesado en nuestra pequeña sección de botánica.
—¡Sí! —exclamó Rosa, incapaz de contener su entusiasmo—. ¡Me encanta la botánica! ¡Siempre he querido tener un lugar como este para aprender más!
El profesor López se rió con suavidad y la invitó a sentarse en una de las mesas.
—Aquí, cualquier alumno que quiera aprender más sobre ciencias puede unirse. Tenemos proyectos todo el año. Y la sección de botánica es bastante especial. Puedes plantar semillas, observar su crecimiento, estudiar las plantas con los microscopios e incluso realizar experimentos con el suelo y la luz.
Rosa estaba tan emocionada que ya podía imaginarse a sí misma trabajando todos los días en ese lugar. Pasaron unos minutos hablando sobre plantas, y el profesor López le mostró una pequeña planta que acababa de germinar en una de las macetas.
—Este es un experimento que estamos haciendo para estudiar el crecimiento de las plantas en diferentes tipos de suelo —explicó—. Cada semana, registramos cómo crecen y cuáles son las diferencias entre las plantas. Tú también podrías empezar tu propio proyecto si lo deseas.
Rosa no pudo esperar más. Al día siguiente, llevó un paquete de semillas que tenía en casa, emocionada por empezar. A lo largo de los siguientes días, se dedicó a observar y anotar cada detalle sobre las plantas que plantaba, desde la forma de las hojas hasta la textura de los tallos.
Poco a poco, el laboratorio se convirtió en su lugar favorito. No solo aprendía sobre botánica, sino que también empezaba a conocer a otros alumnos interesados en las ciencias, lo que la ayudaba a sentirse más integrada en su nuevo colegio. Aunque era nueva, el laboratorio era su refugio, su lugar especial donde podía dejar volar su curiosidad.
Y así, el primer día de Rosa en el laboratorio marcó el inicio de muchas aventuras que viviría con sus plantas, y la certeza de que algún día, se convertiría en la científica que siempre había soñado ser.
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