Era una tarde tranquila en el laboratorio de ciencias. Rosa, como siempre, estaba cuidando las plantas de su jardín vertical y revisando las macetas con flores y pequeñas hiedras que trepaban por la estructura que había ayudado a construir. El sol brillaba a través de las ventanas, y todo parecía estar en calma.
Rosa estaba tan concentrada en su trabajo que no se dio cuenta de que el cielo fuera del laboratorio empezaba a oscurecerse. Nubes grises se formaban en el horizonte, y una brisa fresca entraba por las ventanas abiertas. Mientras regaba las plantas, escuchó un trueno en la distancia.
—Hmm, parece que va a llover —pensó Rosa, mirando hacia afuera—. Mejor cierro las ventanas para que no entre agua.
Pero antes de que pudiera moverse, un fuerte viento sopló de repente, haciendo que las hojas de las plantas temblaran y las cortinas del laboratorio se agitaran con fuerza. Rosa corrió hacia las ventanas, pero no lo suficientemente rápido. La tormenta había llegado.
El viento empujó con fuerza las macetas más pequeñas, derribándolas de la estantería y esparciendo la tierra por el suelo. El agua de la lluvia comenzó a entrar por las ventanas abiertas, empapando las mesas y los libros cercanos.
—¡Oh, no! —exclamó Rosa, tratando de salvar lo que podía. Cerró rápidamente las ventanas, pero el daño ya estaba hecho. Varias macetas estaban volcadas, y las plantas que tanto había cuidado se veían en peligro.
No sabía por dónde empezar, pero justo en ese momento, algunos de sus compañeros entraron al laboratorio. Clara, su mejor amiga, fue la primera en ofrecer su ayuda.
—¡Te ayudaremos, Rosa! —dijo Clara, corriendo hacia las plantas volcadas.
Juntos, los niños se apresuraron a recoger las macetas caídas, tratando de salvar las plantas que aún estaban en buen estado. Rosa intentaba no desanimarse, aunque ver las plantas cubiertas de tierra y agua le dolía un poco.
El profesor López también apareció y, con una sonrisa tranquilizadora, ayudó a los niños a organizar el caos.
—No te preocupes, Rosa. Las plantas son más fuertes de lo que crees. Algunas incluso prosperan después de una tormenta —dijo el profesor, mientras recogía una maceta.
—¿De verdad? —preguntó Rosa, con los ojos llenos de esperanza.
—Sí. Algunas plantas están acostumbradas a soportar vientos fuertes o incluso sequías. Han desarrollado formas de adaptarse. Y aunque algunas de las tuyas están un poco dañadas, con un buen cuidado, se recuperarán.
Los niños y el profesor trabajaron juntos durante toda la tarde, limpiando el agua, replantando las flores y reorganizando el jardín vertical. Al final, aunque todo estaba un poco desordenado, el jardín volvía a verse lleno de vida. Rosa suspiró aliviada.
—Gracias por ayudarme a salvarlas —dijo Rosa, sonriendo a sus amigos y al profesor—. No lo habría logrado sola.
El profesor López asintió, satisfecho.
—Lo importante es que actuaste rápidamente y no te diste por vencida. Las tormentas son parte de la vida, Rosa. A veces, no podemos evitar que lleguen, pero siempre podemos aprender de ellas.
Rosa miró su jardín con nuevos ojos. Aunque la tormenta había sido inesperada y un poco aterradora, también le había enseñado que, al igual que las plantas, ella también podía ser fuerte y adaptarse a los desafíos.
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