Un día soleado en el patio de su casa, Rosa estaba jugando cerca de las flores cuando, vió a una abeja posarse sobre la margarita que tenía enfrente. La quiso apartar de un manotazo como si fuese una mosca y cuando la vió alzar el vuelo, siguió con sus juegos. De repente, sintió un pinchazo en el brazo. Miró rápidamente y vio a la abeja volando lejos. Inmediatamente, su brazo comenzó a dolerle y empezó a hincharse un poco.
—¡Ay! —exclamó Rosa—. ¡Malditas abejas! ¡No sirven para nada, solo para picar!
Entró corriendo a la casa, enfadada por la picadura. Su madre, al verla, la ayudó a aplicar una compresa fría en el brazo para aliviar el dolor.
—Sé que te duele, cariño —le dijo su madre—, pero las abejas no son malas. De hecho, son muy importantes, especialmente para las plantas que tanto te gustan.
Rosa, aún molesta, frunció el ceño.
—¿Cómo pueden ser importantes si solo van por ahí picando a la gente? —preguntó.
Su madre sonrió con paciencia.
—Las abejas ayudan a que las plantas crezcan. Cuando visitan las flores para recoger néctar, llevan el polen de una flor a otra, lo que permite que las plantas produzcan frutos y semillas. Sin ellas, muchas plantas no podrían reproducirse.
Rosa escuchó con atención, pero aún no entendía del todo. Se prometió a sí misma preguntar más al respecto en el colegio, y al día siguiente, cuando entró al laboratorio, no pudo evitar hablar del tema con el profesor López.
—Profesor —dijo Rosa, aún frotándose el brazo—. Ayer me picó una abeja y mi madre me dijo que son importantes para las plantas, pero no entiendo muy bien por qué.
El profesor López la miró con una sonrisa comprensiva.
—Ah, sí, las abejas son fundamentales para la naturaleza, Rosa —le explicó—. Se llaman polinizadoras, y su trabajo es tan importante que, sin ellas, muchas de las frutas, verduras y flores que conocemos no existirían.
Rosa frunció el ceño, interesada, pero aún algo confundida.
—¿Cómo hacen eso?
El profesor se acercó a una maceta con flores que tenía en el laboratorio.
—Cuando una abeja se posa sobre una flor para recoger néctar, el polen de esa flor se adhiere a su cuerpo. Luego, cuando la abeja vuela a otra flor, parte de ese polen cae en la segunda flor. Este proceso se llama polinización, y es lo que permite que las plantas produzcan frutos. Sin abejas, este intercambio no sería posible.
Rosa comenzó a entender mejor. Aunque todavía le dolía la picadura, ahora veía a las abejas de una manera diferente.
—Seguramente me picó porque la estaba molestando, pero en el fondo no son tan malas ¿Verdad?
—Exactamente —dijo el profesor López—. Las abejas son pequeñas trabajadoras incansables que ayudan a mantener el equilibrio en la naturaleza. Y aunque a veces nos incomoden, no podemos subestimar lo importantes que son.
Rosa sonrió, dándose cuenta de que, después de todo, las abejas no eran tan malas como había pensado. A partir de ese día, cada vez que veía una abeja volando cerca de las flores, en lugar de molestarlas dando manotazos, se detenía un momento para observar cómo hacía su trabajo, sabiendo que, sin ellas, muchas de las plantas que amaba no existirían.
Comentarios
Publicar un comentario