Lucía estaba en la cama, con muchas ganas de escuchar un cuento. Su abuelo Manolo, con una sonrisa cálida, le dijo: "Si te gustan tanto las historias, un día serás una gran lectora". Luego, comenzó a contarle el cuento, mientras Lucía se acomodaba entre las mantas, lista para dejarse llevar por las palabras del abuelo.
Había una vez una pequeña ciudad llamada Villa del Libro, donde había una vieja biblioteca que casi nadie visitaba. Sus paredes eran altas y cubiertas de enredaderas, y sus ventanas parecían sonreír de una manera traviesa. Pero había un secreto: cada cierto tiempo, la biblioteca se despertaba y echaba a volar.
Esa noche, cuando el último rayo de sol se escondía tras las montañas, la biblioteca se agitó y comenzó a elevarse. Los libros en sus estanterías temblaron y, de repente, se abrieron y salieron volando, convirtiéndose en pájaros de colores con alas de palabras e ilustraciones.
Marcos y Elena, dos niños del pueblo, pasaban por la plaza cuando vieron la escena. Las ventanas de la biblioteca se abrieron de par en par, y cientos de pájaros-libros comenzaron a salir volando.
—¡Mira eso, Elena!—exclamó Marcos—. ¡Los libros están volando!
Elena observaba fascinada. Algunos libros eran pequeños como gorriones, otros majestuosos como águilas. Sin pensarlo, los niños corrieron hacia la biblioteca.
Cuando entraron, vieron que los estantes estaban vacíos y la biblioteca parecía perder su esencia mágica. Los libros no podían quedarse fuera para siempre. Marcos y Elena se miraron y decidieron devolver los libros a su hogar.
—Tenemos que atraparlos—dijo Elena, tomando una escoba—. Tal vez si los guiamos de vuelta...
Marcos tomó una manta y empezaron a correr, tratando de dirigir a los pájaros-libros de vuelta a sus estantes. Pero los libros eran traviesos y se escondían entre las vigas y las cortinas.
Después de varios intentos fallidos, Elena tuvo una idea. Subió a una silla y dijo con voz clara:
—¡Queridos libros, volved a casa! ¡Este es vuestro hogar!
Los pájaros-libros, al escucharla, comenzaron a calmarse. Poco a poco, volvieron a los estantes, doblando sus alas y recuperando su forma original. La biblioteca se llenó de nuevo con el susurro de las palabras, y la magia se transformó en una calma maravillosa.
Marcos y Elena, exhaustos pero felices, se sentaron en el suelo y miraron a su alrededor. La biblioteca se sentía diferente, como si les agradeciera su ayuda.
—¿Crees que volverán a volar? —preguntó Marcos.
—Tal vez—dijo Elena, sonriendo—. Pero si lo hacen, ya sabemos qué hacer.
Esa noche, los niños regresaron a sus casas, sabiendo que habían vivido algo mágico, algo que solo podría ocurrir en un cuento del abuelito Manolo.
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