Era una tarde soleada en la guardería, y los niños jugaban en el patio bajo el cielo azul. Carlitos, Gabriel y Mateo se tumbaban en el césped, mirando las nubes blancas que flotaban lentamente por el cielo.
—Miren esa nube, parece un conejo —dijo Mateo, señalando una nube esponjosa.
—¡Y esa otra parece un barco! —añadió Gabriel, señalando una nube alargada.
Carlitos observaba las nubes con curiosidad. Siempre había pensado que las nubes eran como grandes trozos de algodón flotando en el cielo, pero había algo que no entendía.
—Oigan, ¿por qué las nubes no se caen? —preguntó de repente Carlitos.
Gabriel y Mateo se quedaron pensando. Nunca se les había ocurrido preguntarse por qué las nubes permanecían en el cielo sin caerse.
—Tal vez las nubes sean muy ligeras —dijo Gabriel, intentando encontrar una explicación—. Como si fueran tan ligeras como una pluma.
—O puede que las nubes tengan alas invisibles que las mantienen volando —sugirió Mateo, riéndose.
Carlitos no estaba convencido. Sabía que las nubes eran grandes y estaban llenas de agua. ¿Cómo podían flotar si eran tan pesadas? Los tres amigos decidieron ir a preguntarle a la profesora Sofía, que siempre tenía respuestas para las preguntas difíciles.
—¡Profesora Sofía! —exclamó Carlitos cuando llegaron corriendo—. ¿Por qué las nubes no se caen?
La profesora Sofía sonrió. Sabía que era una pregunta interesante, y le gustaba ver a los niños tan curiosos.
—Bueno, Carlitos, Gabriel y Mateo, las nubes no se caen porque están hechas de gotitas de agua muy pequeñitas —les explicó—. Esas gotitas son tan ligeras que pueden flotar en el aire. Además, el aire que está debajo de ellas es como una especie de colchón que las mantiene arriba.
—¿Como un colchón invisible? —preguntó Gabriel, intrigado.
—Exactamente —dijo la profesora—. El aire es como un gran colchón que sostiene las nubes. Y cuando las gotitas de agua se juntan y se vuelven más grandes, es cuando caen en forma de lluvia.
—¡Entonces las nubes se caen cuando llueve! —exclamó Mateo, comprendiendo por fin.
—¡Sí, exactamente! —respondió la profesora—. Cuando llueve, es porque las nubes están dejando caer las gotas de agua que han acumulado.
Carlitos, Gabriel y Mateo miraron al cielo con una nueva comprensión. Ahora sabían que las nubes flotaban porque eran ligeras como las plumas y el aire las mantenía en el cielo. Y también sabían que, cuando llovía, era como si las nubes finalmente bajaran un poco para saludar.
—¡Gracias, profesora Sofía! —dijo Carlitos, sonriendo.
Después de eso, los tres amigos volvieron al césped y siguieron mirando las nubes, imaginando que eran barcos, conejos o cualquier cosa que se les ocurriera. Pero ahora, cada vez que veían una nube oscura, sabían que era una señal de que la lluvia estaba por llegar, y eso los hacía sentir un poco más cerca del cielo.
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